El democrático mensaje de no votar.

Es imperioso poner límites, cortarles el juego. Mientras repensamos nuestros mecanismos, los que tienen la oportunidad de votar genuinamente propuestas nuevas, modernas, y de fondo deben ir a por ello, y los que carecemos de esa oportunidad nos veremos obligados a dar el democrático mensaje de no votar.

El mundo desde la última elección, ciertamente, no es el mismo que antes. Como humanidad hemos pasado un cúmulo inconmensurable de emociones y la racionalidad se ha hecho esquiva a cada uno de nosotros por diversas circunstancias.

Es lo mínimo que se puede esperar de una situación así. Si cada vida fuera una novela, este año y medio, merecería sin lugar a dudas un capítulo aparte.

El deber cívico, la responsabilidad, la austeridad, aguantar, aguantar y aguantar, hace dieciocho meses nuestros “líderes” nos piden y no paran de pedir.

La tarea siempre fue nuestra cuando las cosas iban mal, pero los éxitos siempre fueron de ellos. Hay mucho acumulado, las elecciones aparentemente eran nuestra forma de hacernos oír.

El mecanismo por excelencia para poner un freno. Parecía sencillo, si el de turno hacía mal las cosas, bastaba con votar al del frente para equilibrarlo. Pero ya no se siente así.


Equilibrio. Dos fuerzas contrapuestas pero de igual magnitud.

En el pasado la política abogo por buscar igualar magnitudes, que las expresiones más numerosas de la sociedad mantengan cierta representación real. Allí radicaba el juego, en una grieta moral que se vendía al público como la utopía de unos imponiendo sus valores sobre los otros. Todos sentimientos.

La irracional adrenalina que corre por nuestro cuerpo cuando nos diputamos el partido moral es real. Que cuestionen nuestra forma de ver el mundo es difícil y toca nuestras fibras más profundas. Eso motivó la política, hasta que llegó el virus.

Pero mostraron su verdadera cara. Tanto nos afectó la pandemia que hay una sobrecarga emocional evidente. La falsa disputa de poder ya no atrae. Como obra de teatro repetida, la falsa grieta se va quedando sin público.

Se acabó la disputa por las magnitudes, nos dimos cuenta que el equilibrio nunca se va alcanzar si no hay fuerzas contrapuestas. El monstruo de la política es uno. Queda en evidencia que hay muchos puntos donde todos convergen, que existe una clase, una casta diferente.

Y aquí estamos en el desafío de repensar que vamos a hacer, cómo nos vamos a hacer oír.

Hasta este punto nos trajeron los sentimientos, pero no nos pueden guiar más. Hoy nos toca equilibrar a nosotros. Usar todo lo interno para impulsarnos a ser racionales y buscar soluciones.

Pero vayamos al principio otra vez. El mecanismo es obsoleto, actualmente llamamos democracia a un sistema que esta lejos de actuar por nuestros intereses. Hoy votar no es el acto de elegir un representante al que se le pueda reclamar por ello.

Firmamos cheques en blanco, a veces sale mejor, otras peor. Per lo cierto es que son al menos cuatro años de libertad de acción. Algunos ni siquiera actúan por si mismos y se dedican a ser un número más del montón. Otros en cambio dirigen barcos invisibles con gran prosa y convencimiento. En el medio, nosotros, quienes asumimos las consecuencias de sus acciones.

La historia de nuestro país es dura, entiendo con toda lógica y respeto el enojo de muchos por la acción desacreditar el acto del voto. Cuando faltó lo añoramos, peleamos por ello, muchos dejando la vida.

Pero nos toca evolucionar, no podemos ser tan conformistas. ¿Habrá peor frase que “Por lo menos votamos”? Sin dudas es difícil de pensar. Lo que está en medio son las vidas de un país entero, el presente y futuro de varias generaciones que desean algo mejor.

Este mundo es un vasto campo de pruebas, existen diversos mecanismos, y los hubieron más si miramos en el pasado. Tenemos tecnología y el conocimiento al alcance de la mano.

No, no me conforma elegir al menos peor, no me conforma fanatizarme por un discurso vacío de acciones a futuro. Eso es fácil. Proponer, cambiar y pesar un futuro es lo difícil.

Siempre me gustó el ejercicio periodístico de preguntar porqué un individuo está en una protesta. Como en todo hay respuestas vacías y repetitivas pero en ocasiones las personas se abren ante la pregunta. Se observa la desesperación en las palabras. El límite de intentar cambiar una realidad dura mediante el arcaico acto de acumular padecientes bajo un mismo grito. ¿Pero hace cuanto ese grito no hace ni cosquillas a quienes toman decisiones?

Deja de ser un deseo, pasa a ser una necesidad, ¿Cómo nos vamos a hacer oír? ¿Cómo nos vamos a hacer respetar?


Este año han pasado cuatro elecciones provinciales hasta el día de la fecha y el mensaje ha sido claro. El ganador es el no voto.

Sabiamente ya no se depositan cheques en blanco tan fácilmente. La pobreza económica se traduce en pobreza de poder.

¿Qué poder le queda a un político si se le arrebata el, siempre falso, argumento de “el pueblo me avala”? Es imposible avasallar siendo una minoría.

Es imperioso poner límites, cortarles el juego. Mientras repensamos nuestros mecanismos, los que tienen la oportunidad de votar genuinamente propuestas nuevas, modernas, y de fondo deben ir a por ello, y los que carecemos de esa oportunidad nos veremos obligados a dar el democrático mensaje de no votar.