Por Martina Angaroni
“Urge potenciar la resiliencia, el crecimiento personal, las relaciones intrafamiliares y la atención especial a aquellos grupos vulnerables”
En el enfrentamiento al COVID-19, a la par del aislamiento social y otras medidas sanitarias, urge potenciar la resiliencia, el crecimiento personal, las relaciones intrafamiliares y la atención especial a aquellos grupos vulnerables para minimizar el impacto psicosocial de la pandemia y evitar que este sea un año perdido.
Incluso, profesionales afirman que, si no se toman cartas en el asunto, la próxima pandemia será la de la Salud Mental.
El Licenciado Martín Gastaldi, en diálogo con Publius Group, se refirió a los efectos de la pandemia. ‘’Es una situación en la que prima la incertidumbre, la alerta permanente; vivimos en un contexto altamente estresante’’.
Es de público conocimiento que la pandemia que estamos transitando, además de ser una amenaza para la salud, provoca una impresionante crisis a nivel económico, social, de salud pública, de relaciones entre países, como así también moral con gran impacto en las emociones y comportamientos individuales y sociales. Según afirma Gastaldi, los niveles de estrés, ansiedad y depresión se han elevado considerablemente en el último año.
Sobre esto último, nos explica que el estrés, entendido como la capacidad para hacer frente a una situación determinada es necesario, normal y, en cierta medida, sano porque pone en alerta a nuestro sistema de respuestas, pero cuando este estado se sostiene por mucho tiempo se producen trastornos o patologías. La ansiedad, por su parte, coloca al sujeto en miras hacia el futuro, pretendiendo anticiparse a lo que vendrá; mientras que la depresión, posiciona al sujeto con su mirada hacia el pasado, a lo que fue o podría haber sido. En esa retrospección se analiza todo lo perdido: relaciones, salud, vínculos, actividades, trabajo, por solo mencionar algunos ejemplos. Inevitablemente, todos estos trastornos provocan una visión negativa de la vida y lo cierto es que al igual que el virus, no distinguen en razón de edades, sexo, nivel económico-social u origen alguno.
De una u otra forma, la pandemia COVID-19 repercutió en el estado anímico general de todas las personas, con alcances diferentes según el caso. Así, tanto en niños, adolescentes, jóvenes, adultos y adultos mayores el aislamiento obligatorio, la enfermedad y el estado de incertidumbre se percibieron consecuencias. El común denominador en todos los casos es la privación de vínculos y contacto social.
Llama particularmente la atención el caso de los adultos mayores, quienes impedidos de salir de sus hogares -por ser pacientes de riesgo-, de recibir a sus familiares, de realizar actividades de recreación o dispersión al aire libre y ante el bombardeo de noticias solo ven pasar los días y lamentan el tiempo perdido. Está confirmado por estudios científicos que la principal reacción humana a situaciones como estas es el pánico, el temor al sufrimiento y la muerte. Este miedo, llevado a niveles extraordinarios es capaz de nublar la razón del sujeto y desencadenar importantes padecimientos psicológicos.
Conforme a cifras y estudios aportados por Gastaldi, desarrollados por el Centro de Investigaciones Sociales, siete de cada 10 encuestados (71%) afirmaron que el Coronavirus representa en la actualidad una fuente muy o bastante importante de estrés en sus vidas. Por otra parte, siete de cada 10 encuestados (67%) afirman sentirse ansiosos por lo que está sucediendo. Asimismo, resulta particularmente llamativo que, frente a esta situación, 6 de cada 10 ciudadanos han intentado no ver noticias o leer sobre la pandemia.
Dato no menor es que más de la mitad de la población reconoce que la pandemia y el período de aislamiento social preventivo y obligatorio le ha generado trastornos sobre el sueño (58%) y sobre el apetito (56%). Corolario de ello, el consumo de tabaco, tranquilizantes y alcohol se ha incrementado respecto de lo habitual.
A la fecha, llevamos más de 390 días de aislamiento social. Es ingenuo suponer que esto puede ser inocuo; ya quedaron demostrados los efectos sobre la conducta de cada uno de los argentinos, desde vivencias como la ansiedad, angustia, debilidad, fragilidad, hasta la misma desolación, irritabilidad, enojo y dificultades para vincularse. Frente a esto, no es extraño que el uso de una medicación ansiolítica o el equivocado intento de apagar la angustia con alcohol o tabaco hayan aumentado considerablemente.
El hecho de que no tengamos una fecha de fin de la cuarentena, convierte a la espera en escéptica, pesimista. La clave está en prevenir y favorecer así la salud. Tal como sugiere Gastaldi, debemos ser responsables y cuidarnos activamente, lo que implica volver a hacer lo que nos está permitido hacer de modo que los aspectos biológicos, psicológicos y sociales correctamente equilibrados, contribuyan a alcanzar un nivel de bienestar individual. Es importante mantener rutinas diarias, hacer actividad física, tomar los recaudos necesarios y ser cuidadoso, pero, sobre todo, es necesario entender que, al fin y al cabo, el cuidado es por y para uno mismo.
Lo importante es estar ausentes para estar presentes, alejarnos para volver a acercarnos; juntos lo conseguiremos.