Por Leonardo Barreto
Muchas veces, desde filósofos y sociólogos, hasta economistas y políticos de la actualidad, apuntan contra las políticas tomadas por diferentes gobiernos y en diferentes países durante la década de los ‘70, ‘80 y ‘90, señaladas como producto de una ideología a la que le acuñan el término “neoliberalismo”, haciendo referencia al mismo -en repetidas circunstancias- de manera peyorativa.
Cuando se recuerda estas décadas, siempre se hace desde una visión ambivalente: Por un lado, hay quiénes añoran esas épocas, alegando que vivían de una mayor tranquilidad, seguridad, salarios estables, riqueza y prosperidad; y hay quienes recuerdan lo recuerdan como tiempos con una gran tasa de desempleo, trabajo no registrado, pobreza y exclusión social, entre otras cosas; muchas de ellas debido a las crisis económicas que ocurrieron en esos años, como la crisis de la deuda externa, la crisis del efecto Tequila o la crisis de Asia.
Según sus detractores, son consecuencias de las medidas políticas “neoliberales” tomadas en esos años, asignándole así la connotación negativa al término; y a su vez asociándolo, en el plano político, a la ex primer ministra Margaret Thatcher (quién sería su principal impulsora en 1979), al expresidente Ronald Reagan, al dictador Augusto Pinochet -junto con los Chicago Boys-, a su homólogo argentino Jorge Rafael Videla -con la dirección de José Alfredo Martínez de Hoz- y al expresidente Carlos Menem, por mencionar algunos ejemplos.
El “neoliberalismo” es definido -acorde a la opinión de licenciados en filosofía y sociología- como una ideología que hace una remasterización del antiguo liberalismo económico del siglo XIX, adaptándolo al siglo XX e incluso al siglo XXI, tomando en cuenta las transformaciones sociales que ha habido en aproximadamente un siglo, en materia de tecnología y derechos en materia ambiental y cultural, junto con el fenómeno de la globalización.
También señalan que la promoción de una agenda política con tales posturas ideológicas es plasmada en el llamado Consenso de Washington de 1989, el cual viene de la mano de instituciones que están bajo la órbita de Washington D. C., como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos. Tal Consenso, en teoría, promovía un paquete de reformas “estándar” pro-mercado, recomendando así la poca intervención del Estado en asuntos económicos.
Sin embargo, la cuestión central es que, si aceptamos que existe tal término para definir a las reformas liberales llevadas a cabo en esa época, también tenemos que hablar de un término que nunca se usa: Neosocialismo. ¿Qué es y cómo lo definiríamos?
Podríamos describirlo como el resurgimiento, a principios de la década del 2000, de las ideas socialistas en muchos países del cono sur , adaptando las antiguas ideas del socialismo marxista a las demandas que requiere la sociedad contemporánea con la idea de que el Estado debía ser grande y volver a tener un rol importante en materia social y económica en las sociedades contemporáneas para dirigir la vida de los hombres y las mujeres, muchos de ellos dejando de lado la lucha armada y participando de la democracia como cualquier partido político, sin recaer en las ideas que llevaron a la Unión Soviética a su colapso.
Estas ideas fueron implementadas teniendo como principal pionero al exmilitar venezolano Hugo Chávez, quién en 1992, con la ayuda de las Fuerzas Armadas, intentó llevar a cabo un golpe de Estado; y años después, concedida su amnistía por el exmandatario Rafael Caldera, accede al cargo ejecutivo nacional mediante elecciones libres en 1999, imponiendo el “Socialismo del Siglo XXI”.
Dicho precedente estableció condiciones sociopolíticas a nivel internacional para el ascenso de más referentes con sus mismos ideales, como Luiz Inácio Lula Da Silva en Brasil, Tabaré Vázquez en Uruguay, Evo Morales en Bolivia, Michelle Bachelet en Chile y Rafael Correa en Ecuador, por mencionar algunos, y quiénes a su vez, forman parte del Foro de São Paulo, que promueve las ideas socialistas en toda Latinoamérica, pero adaptadas a la Era Contemporánea, o incluso Tecnológica, en la que estamos viviendo.
Y la visión que tienen los pueblos respecto de tales mandatarios, también es yuxtapuesta: Por un lado, rescatan la apertura de derechos sociales a pueblos originarios, planes estratégicos estatales para erradicar la pobreza, entre otras cosas. Por otro lado, recuerdan el cese de inversiones extranjeras, altos índices de corrupción, persecución política a dirigentes opositores en democracia, entre otras cosas, habiendo vivido solo la crisis financiera del 2008, la cual afectó a casi todos los países de la región.
Además, estos mandatarios dejaron sentadas las bases en cada uno de esos países para la toma del poder político por parte de sus sucesores, como Pepe Mújica en Uruguay, Dilma Rousseff en Brasil, Nicolás Maduro en Venezuela, e incluso provocando una ola roja de nuevos dirigentes neosocialistas como Pedro Castillo en Perú, Gabriel Boric en Chile y Gustavo Petro en Colombia.
Entonces, teniendo en cuenta los modelos expuestos anteriormente, cabe preguntarnos: ¿Existe el “neoliberalismo” realmente? ¿Existe el “neosocialismo”? Y de ser así, ¿por qué nadie habla del mismo?