Por Juan Ignacio Bossi
El pasado 26 de marzo el Mercado Común del Sur cumplió treinta años de historia en un contexto único. La crisis de las economías latinoamericanas profundizadas por la pandemia y las diferentes ideologías políticas de los gobiernos nacionales sobre la integración dificultan consensos y avales para una evolución.
El Tratado de Asunción, firmado el 26 de marzo de 1991, estableció la creación de un mercado común, implementando para ello un cronograma de reducción de tarifas comerciales entre Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay en los próximos tres años. El 17 de diciembre de 1994, los presidentes firmaron el Protocolo de Ouro Preto, que fijó la construcción de la estructura organizativa y administrativa del Mercosur, los procesos para el establecimiento de la tarifa externa común (TEC) y las pautas de un acuerdo de «regionalismo abierto», con libre comercio entre los socios y una política comercial común.
Actualmente el bloque no esta atravesando sus mejores tiempos históricos, la disminución de la producción en consonancia con los niveles de pobreza que genero la pandemia y el accionar predatorio del gobierno brasileño. Por eso reflexionamos en este espacio si ¿Hay una recuperación posible para el Mercosur?
Pero para que ello ocurra, tendría que haber un fuerte cambio de orientación en el perfil de los cuatro gobiernos y direccionar sus relaciones diplomáticas. El gobierno de Jair Bolsonaro se opone a los modelos de integración regional aplicados en los 30 años de vida del bloque y obstaculiza las acciones, por eso el problema es de naturaleza politica en este caso.
El panorama productivo de las dos potencias del sur, Brasil y Argentina también hace difícil cualquier proyección desde el presente. El desempleo en Brasil alcanza el 14% y la precarización laboral toca a más de 60% de los trabajadores y las trabajadoras. El hambre, que había sido prácticamente erradicada con los gobiernos petistas, volvió a crecer.
En Argentina el cuadro es igualmente grave. Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), en el segundo semestre de 2020 el índice de pobreza urbana trepó a 42% y el de indigencia alcanzó a 10,5% de los habitantes. Tal es el fruto de la herencia dejada por el gobierno de Mauricio Macri, que generó una delicada situación fiscal y monetaria. En ambos países.
Lo mismo en Paraguay, creció el número de pequeñas empresas que cerraron o paralizaron algunas de sus actividades. Uruguay presenta daños mucho más reducidos, pero aun así, y salvando la exportación de carnes, el grueso de su intercambio comercial es con los países de la región, y por ende sufre el impacto de la crisis que viven sus socios más grandes.
Otro aspecto que influye sobre cualquier tipo de proyección es cierta incertidumbre respecto del comportamiento de la economía global, ante todo de Estados Unidos y China. Los estadounidenses se han propuesto hacer frente a la hegemonía económica y política china y no aceptan la convivencia multilateral al lado de ese país y Rusia. No se puede olvidar que Estados Unidos ha efectuado varias incursiones en nuestro continente y que la participación de Brasil en el BRICS fue uno de los motivos que propiciaron el golpe a Rousseff, el cual se llevó a cabo con probado apoyo de funcionarios estadounidenses.
¿Y cuál será el comportamiento de China? ¿Aceptará modificaciones en la composición de la balanza comercial con el Mercosur, o tratará de preservar el actual perfil de alimentos a cambio de manufacturas?
En cuanto a los vínculos con la Unión Europea, también hay serias dudas. Hoy las negociaciones entre ambos bloques están paralizadas, en gran parte por la política social y medioambiental del gobierno brasileño. Pero a la vez existen fuertes resistencias internas desde Europa, como las desplegadas por los defensores del proteccionismo a la producción agrícola local. Esto se suma a que el bloque europeo aún no ha logrado dimensionar el impacto de la salida de Gran Bretaña. Por sobre todas estas cuestiones regionales, todavía no se ve claro el modo en que el mundo se sobrepondrá a la tragedia del covid-19.
Desde el punto de vista laboral, el panorama en el Mercosur es muy preocupante. El sindicalismo tendrá que hacer un gran esfuerzo para volver a intervenir en los procesos de manera tal que la eventual recuperación del bloque no deje de lado el empleo y los derechos laborales y sociales.
El movimiento sindical tendrá que tener muy claro cuál va a ser su papel. Logró plantarse como interlocutor en una fase previa del proceso del Mercosur, pero en la etapa en que la izquierda democrática estuvo al frente de los gobiernos la fuerza sindical decreció, no por una restricción impuesta por los gobiernos sino más bien por el error de confiarse en la convergencia de posiciones estratégicas. Ese error llevó al sindicalismo a eximirse de un rol vigilante y propositivo. En la etapa que vendrá, un error de ese tipo no puede repetirse.