La independencia que nunca tuvimos

Por Thiago Noguerol

“Cuando en el cargo ejecutivo se depositan capacidades de actuación extralimitadas sumado al seguimiento cegado de una porción del pueblo, la presidencia se transforma en un cargo “monárquico”

Nuestro país con posterioridad a una dependencia absoluta de una monarquía española, Fernando VII gobernaba las indias del Virreinato de la Plata hasta su captura a principios del siglo XIX, movimientos independentistas lograron la desvinculación con aquella monarquía, luego de guerras civiles y conflictos ideológicos logramos elaborar nuestra primera constitución, primero Urquiza, después llegarán Mitre, Roca, De la Plaza, Alvear, Perón, Alfonsín, Menem, Kirchner, Macri y tantos otros, fueron los encargados de tomar el timón para dirigir a la Argentina hacia buen puerto.

Algunos presidentes habrán sido mejores que otros, eso queda a merced suya, lo interesante es cómo una persona puede llegar a depositar toda una ilusión y hasta su propio futuro, en la elección de aquellos. La sobrevaloración constitucional y consuetudinaria que existe hacia el cargo de presidente lleva a que una porción de la sociedad piense que aquel ejecutivo pueda ser la solución de sus problemas, y esto de ninguna manera debería de ser así.

Si bien la legislación Argentina le otorga facultades extremadamente abusivas al presidente, este no es más que otro ciudadano como usted, como todos nosotros. Un presidente no se tiene que “comer” la de Superman y creerse, e intentar hacer creer a los demás, que es la solución a todos los problemas.

El accionar del presidente debe ser la “excepción” y no la regla general, así como históricamente las civilizaciones han demostrado una capacidad brillante para desarrollar tecnologías y medios de convivencia, el ser humano sigue teniendo a su naturaleza como esencia, tiene la capacidad de desarrollarse por sí mismo sin la intervención de un supremo que le imponga órdenes.

Parece extraño realizar comparaciones de antaño con las realidades de hoy, pero cuando la situación se desvirtúa tanto de lo que naturalmente es, resulta necesario volver a recordar de donde se viene para acordarse hacia donde se va.

La figura del presidente existe a los fines de cumplir una administración, administrar en el sentido de ejecutar políticas públicas que ayuden al ciudadano a desenvolverse de la mejor manera posible, resulta entonces necesaria este tipo de actuación. Ahora, cuando en ese cargo ejecutivo se depositan capacidades de actuación extralimitadas sumado al seguimiento cegado de una porción del pueblo, la presidencia se transforma en un cargo “monárquico” como supo tener Fernando VII allá por el siglo XIX.

Así como usted leyó el primer párrafo con tanta naturalidad, solemos olvidar o mejor dicho, no tenemos en cuenta que un país no necesita un “todopoderoso” para salir adelante, ni tampoco resulta indispensable que establezca las reglas a su parecer. Un país no necesita de un dios que maneje las aguas y controle el viento, sino de un capitán que pueda navegar el barco.