“La paradoja de la democracia argentina”

Por Manuel Carrasco

“La historia juzgará si este será el momento de los consensos, y en consecuencia el de tener una democracia real; o será una nueva oportunidad perdida.”

La inalcanzable consolidación

Históricamente nuestro país y la democracia no tuvieron una relación fácil. En primera instancia, el difícil acceso y la transparencia del voto dificultaron hablar de una democracia plena en los primeros años de organización nacional. Cabe destacar que casi el 50% del país no poseía derecho a voto, pues no fue hasta 1949 cuando las mujeres pudieron ejercer su derecho en la totalidad del territorio. Las interrupciones constitucionales comenzaron apenas 18 años después del saneamiento inicial del sistema democrático. (Véase Ley Sáenz Peña; 1912) y no cesaron hasta 1983.

Históricamente nuestro país y la democracia no tuvieron una relación fácil. En primera instancia, el difícil acceso y la transparencia del voto dificultaron hablar de una democracia plena en los primeros años de organización nacional. Cabe destacar que casi el 50% del país no poseía derecho a voto, pues no fue hasta 1949 cuando las mujeres pudieron ejercer su derecho en la totalidad del territorio. Las interrupciones constitucionales comenzaron apenas 18 años después del saneamiento inicial del sistema democrático. (Véase Ley Sáenz Peña; 1912) y no cesaron hasta 1983.

La historia sirve para entender nuestro entorno. Sin conocer el camino difícilmente tendremos certezas de hacia donde vamos. Pero los que hoy nos ocupa aquí es la construcción democrática contemporánea.

El Presidente Alfonsín recibió la enmienda de ser el baluarte que lleve adelante la tarea de una restauración democrática. Para ello necesito contar con un alto grado de consenso. Desde 1983 hasta 1998 los dos partidos dominantes de la época basaron gran parte de sus políticas en acuerdos. La Unión Cívica Radical y el Partido Justicialista, a pesar de en reiteradas ocasiones tener diferencias, ante las crisis y cambios institucionales importantes primaron el diálogo por encima del conflicto. (Véase Pacto de Olivos y posterior Reforma Constitucional 1994)

La debacle total

Para el nuevo siglo, la política actual entró en una fase bajista que parece no tocar fondo. El bipartidismo se terminó rotundamente, ambas fuerzas fueron fraccionadas. Se abrieron las puertas a acaloradas internas que terminaron en la ruptura definitiva de los consensos básicos. Los nuevos portadores de “la verdad” estaban diseminados, había peronismos de todas las ideologías y había ex radicales en todos los espectros. Esas diferencias se tradujeron en una de las peores crisis económicas e institucionales de nuestra historia.

Los políticos se adaptaron, cambiaron el consenso por el confrontamiento pues esta última práctica nucleaba fuertemente fanatismos extremistas. Tan golpeada estaba la sociedad que para el 2003 el Presidente de la Nacion fue elegido solo por el 22% de los argentinos. La crisis de representatividad era clara, la democracia ya había expuesto todos los errores. Ahora solo quedaba aprender de esas falencias y crecer.

Lamentablemente se eligió otro camino. La unidad nacional nunca más fue la bandera. Del 2003 al 2020 nuestra clase política consolidó una “grieta” que trajo consigo la destrucción total. La Constitución Nacional y la ley son cada día más ignoradas. Vivimos de los defectos de la democracia. Exigimos la violación total de la ley para cumplir con nuestros fines personales. Hoy vivimos la peor crisis gracias a la antidemocracia.

¿Se abre una nueva esperanza?

Los argentinos vivimos bajo una premisa falsa. El que gana las elecciones debe ejercer el poder absoluto. “El pueblo” es solo aquel que votó la plataforma ganadora, el resto es el enemigo. En síntesis, vivimos en una democracia formal. En los papeles decimos ser algo que la realidad no muestra. La democracia es limites, es el respeto a las minorías, es consenso. Pero para el argentino la democracia es absolutismo y guerra.

Afortunadamente esta pandemia y esta profunda crisis ha dado reflexiones más que alentadoras. Una parte de la sociedad mira el éxito de países como Nueva Zelanda, Suecia o Uruguay. Jacinda Ardern quien es la primera mandataria del país oceánico pertenece a un partido de izquierdas que gobierna en coalición con un partido de derechas. Stefan Löfven al igual que su par neozelandesa gobierna gracias a un consenso multipartidario. Del otro lado del rio, la institucionalidad uruguaya hace que pasar de un presidente de izquierdas a uno de derechas signifique complementar el trabajo hecho, y no “refundar” el país cada 5 años. Estas reflexiones dejan entrever varias cosas. Ante la crisis un país fuerte se une, no se divide. Un país fuete deja orgullos y cede en pos de salir de la miseria. Un país fuerte tiene servidores públicos, no enemigos de la ley.

El día de ayer nuestra vicepresidenta soltó una frase que demuestra su capacidad, en teoría, de entender la realidad. Llamó a toda la sociedad a un acuerdo, a un consenso. Los principales opositores recibieron su debido llamado. No fue como otras veces, un discurso sin ser llevado a la práctica. ¿El nivel de la crisis habrá sido tal, para que nuestros políticos se den cuenta de su error? La historia juzgará si este será el momento de los consensos, y en consecuencia el de tener una democracia real; o será una nueva oportunidad perdida.

Mauricio Rojas ex parlamentario de Suecia dice “Los suecos admiran más fallar juntos que un acierto aislado”. ¿Será el momento de poner a la Argentina por encima de toda grieta?