Recuerdo al General Martín Miguel de Güemes

Por Enrique Guardo

“Hoy estamos en un proceso de reivindicación. Que las luchas de nuestros antepasados no se esfumen por nuestra ignorancia, por nuestra pereza. Que el nombre de Don Martín Miguel de Güemes se alce en lo más alto, junto al del don José de San Martín y Don Manuel Belgrano, para gloria de su nombre y de toda nuestra historia. Gran y honorable tarea la que nos toca.”

Güemes no era argentino hasta hace no mucho. De hecho, hay lugares de nuestro país en donde el nombre de quien fue uno de los arquitectos de nuestra independencia no ha sonado. Y no hablo de lugares recónditos. Hablo de grandes capitales.

“Murió el abominable Güemes al huir de la sorpresa que le hicieron los enemigos con el favor de los comandantes Zerda, Zabala y Benítez, quienes se pasaron al enemigo. Ya tenemos un cacique menos” titulaba un día como hoy el diario La Gazeta de Buenos Aires.

Lo cierto es que don Martín fue un nene bien. De familia española, acomodada. Bien educado, nunca le faltó absolutamente nada. Lo que más se recuerda esos años, cuando solo era Martincito, fue que en las invasiones inglesas tomó un barco a caballo. Sí, a caballo.

Güemes siempre fue un tipo muy controversial. La élite salteña no podía entender que una personalidad tan jerarquizada, criollo, nombrado por el mismísimo José de San Martín como Teniente Coronel a cargo de una división de Caballería, sea tan afín a los pobres. A la barbarie y mal educada ranchada. No importa. Martín se convirtió en su protector.

Su ejército, sus amigos. Los Infernales. El solo nombrarlos hace que, a nosotros, quienes venimos del norte, se nos ericen los pelos. Gauchos valientes, quienes se entregaron por completo a la causa revolucionaria.

Pero Don Martín no solo luchaba contra los temerarios godos; en Salta la cosa no venía muy bien. La aristocracia a la cual su familia pertenecía, quería desplazarlo. Güemes opinaba al respecto:

“Neutrales y egoístas: vosotros sois mucho más criminales que los enemigos declarados, como verdugos dispuestos a servir al vencedor de esta lid. Sois unos fiscales encapados y unos zorros pérfidos en quienes se ve extinguida la caridad, la religión, el honor y la luz de la justicia”.

Por si le faltaba frutilla al postre, el gobierno de Alvear evitaba toda muestra de ayuda para con su situación política y militar. Güemes no era prioridad, San Martín tampoco. La prioridad era la aduana. Buenos Aires, claro.

De todas maneras, la causa seguía su rumbo. Quien era la mente del plan, para poder cruzar los Andes, le había dado órdenes estrictas: proteger la frontera norte. Con su guerra de guerrillas, la naciente patria fue impenetrable. Y, la única forma de atacar una ciudad impermeable, es desde adentro. Y así fue.

Quienes se hacían llamar sus amigos, o amigos de su familia; lo entregaron. Fueron los mismos que, años más tardes, inventarían cual historia de amoríos y deshonras que solo caben en oídos ignorantes y manipulables. Y, tal vez sus descendientes hoy se jacten de llevar la insignia de sus ideales. No importa. Las cosas cambian, y la historia la cuentan los que ganan. Con el gaucho Martín no fue así.

Lo cierto es que luego del aviso de Macacha, su hermana, la huida de don Martín fue en vano; y fue encerrado y herido de bala. Mucho se ha hablado de los días que siguieron. Su valentía, de su inquebrantable honestidad y coraje. Poco es lo que puedo yo aportar. Güemes ese día se tiño de bronce, haciendo jurar a sus infernales que nunca aceptarían ningún trato que beneficiase a los enemigos en suelo patrio.

“Ya tenemos un cacique menos” teñían los diarios de los lugares que hoy se glorifican de su feriado. Y sigue siendo cierto. Para ellos Güemes fue un cacique, un gaucho. Un indio mulato que dio su vida para que los realistas no lleguen a Buenos Aires. Lo demás, no interesa. No saben quién fue. No saben quién es. El bronce termina siendo un sostén para cual paloma de plaza quiera posar.

Hoy estamos en un proceso de reivindicación. Que las luchas de nuestros antepasados no se esfumen por nuestra ignorancia, por nuestra pereza. Que el nombre de Don Martín Miguel de Güemes se alce en lo más alto, junto al del don José de San Martín y Don Manuel Belgrano, para gloria de su nombre y de toda nuestra historia.

Gran y honorable tarea la que nos toca.