“Ser estudiante hoy”

Por Martina Angaroni

“Si algo tuve siempre claro es que el éxito o el fracaso dependerán en buena medida del esfuerzo y convicción porque nada que valga la pena viene fácil”

Al pensar en cómo sería mi vida universitaria jamás hubiera imaginado todo lo que significaría ser estudiante de primer año en el marco de una pandemia. Las expectativas se modifican, los desafíos aumentan, las emociones juegan un rol fundamental.

La universidad se presentaba como aquel lugar al que, por lo menos personalmente, anhelaba llegar y que al mismo tiempo tanto temor me causaba. Y puede sonar extraño, pero sucede que para quienes somos del interior, comenzar la universidad implica abandonar el hogar, una vida lejos de casa, – al menos de lunes a viernes-, ya no está mamá que te lava la ropa, el asadito de papá a mitad semana o las tortas fritas de la abuela el día lluvioso que tanto lo amerita.

En mi pueblo, de tan solo 7.000 habitantes, el profesor del colegio secundario bien podía ser familiar, amigo de la familia o muy conocido; el vínculo era sumamente estrecho. Al llegar a la universidad suelen decirte que ‘’sos un número, un alumno más, que si queres que te reconozcan deberás hacer mérito para ello’’.

Amigos nuevos, profesores nuevos, lugares nuevos… suelen decir ‘’año nuevo, vida nueva’’ y el 2020 así se presentaba. Y cuando apenas comenzaba a tomar ritmo… PANDEMIA. Nuevamente, volver a empezar, desde casa, sin saber muy bien cómo. En ese momento, sentí incluso que era menos que ‘’un número’’ como me habían dicho.

Hasta que pude establecer contacto y de a poco entablar relaciones, un trato fluido. Es así como llegué a conocer profesores con una calidad humana increíble, un amor y comprensión por los alumnos que me conmovió y que me animó a enfrentar esta experiencia tan desafiante. Ellos se encargaban en cada clase de acortar esa fría distancia que imponía la pantalla. También conocí compañeros con quienes el vínculo se inició a partir de un mensaje tal como ‘’cursamos juntos Introducción’’, ‘’te escuché participar en la clase de Romano’’, ‘’compartimos cátedra en Problemas’’.

Definir mi experiencia como negativa, sería injusto de mi parte, pese a todo, pude sortear los obstáculos, llevar mis clases al día, rendir todos mis parciales, aprobar mis exámenes finales aun con la preocupación que me provocaba tener que viajar a rendir de manera presencial o cuando ya preparada, a pocos días de los exámenes, recibía una notificación que reprogramaba todas las fechas.

Soy consciente de que mi situación es la de muchos estudiantes, pero no es la de todos y doy fe de que la virtualidad para muchos implicó abandonar temporal (y espero, no definitivamente) la carrera. Las condiciones no son las mismas para todos; contar con una computadora o un celular con suficiente memoria, conectividad a internet (y que sea estable), cámara y micrófono, se volvió además de una necesidad, un privilegio.

Sin dudas es un contexto cansador, lleno de incertidumbres, me desanimo, me fastidio, me preocupo; en un día transito por múltiples estados de ánimo, incluso en una misma mañana.

Es una experiencia que el país nunca ha vivido, el mundo no la ha vivido. Entiendo que sea una prueba difícil de sortear y de la cual queremos salir airosos, pero no hay que olvidarse que somos humanos y necesitamos seguridad, certeza, no miedos ni distancias, porque esta falta de contacto dificulta las cosas, el miedo anula, modifica las emociones, nos deja más vulnerables.

Pero luego, tomo aire y continuo, ¿por qué voy a aflojar ahora? Miro hacia adelante, me proyecto y encaro un nuevo semestre.

A mis compañeros, quienes quedaron en el camino, les digo ‘’ánimos, la tormenta pasará, ahora es tiempo de pensar y ser pacientes, no bajemos los brazos. A nuestro ritmo, como se pueda, no serán 3 materias, tal vez sean 2, o 1 quizás, ¿qué importa? Algún día lo vamos a lograr… si ese es nuestro sueño, vayamos por ello, acaso ¿Quién nos dijo que sería fácil?’’

Si algo tuve siempre claro es que el éxito o el fracaso dependerán en buena medida del esfuerzo y convicción porque nada que valga la pena viene fácil.

“Un niño, un profesor, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo”.