Si arrancamos así…

Arrancamos el primero de marzo del año corriente y, tal como dice la ley suprema, el titular del poder ejecutivo debe realizar la apertura del período de sesiones ordinarias en el Congreso Nacional que se extenderá hasta el último día del mes de noviembre.

Si bien el poder legislativo argentino iba a comenzar su labor durante el mes de febrero mediante las sesiones extraordinarias, las que fueron anunciadas por el Presidente en enero, estas no llegaron a realizarse por controversias en los partidos más populares (FdT y JxC). Recordemos que los temas a tratar en dichas sesiones incluían el acuerdo con el FMI y la reforma del Consejo de la Magistratura.

El discurso presidencial del día martes dejó una imagen espejo de la situación del país, un presidente y una oposición desconectados de la realidad. Por el lado del ejecutivo (presidente y vicepresidente) se mostró una postura férrea respecto a las decisiones tomadas durante la pandemia. Es inevitable que no se nos venga la imagen del padre de Abigaíl caminando por la ruta con su hija en brazos mientras Alberto decía orgulloso “tengo la íntima tranquilidad que ninguna persona que habita nuestro país quedó sin la atención sanitaria que su salud reclamaba”.

No pudo faltar en las palabras de Fernández el ataque hacia la justicia, la necesidad de su reforma y como era de esperar, la relación de funcionarios del gobierno anterior con el poder judicial. La crítica sobre el acuerdo de Macri con el FMI y los elogios propios respecto a la “inversión pública” para sostener la economía.

Con respecto a la oposición, quienes se mostraron firmes a favor de Ucrania en virtud de los acontecimientos, decidieron en un momento del discurso retirarse del recinto. Diputados y senadores del PRO y la UCR dejaron sus bancas vacías, siendo un acto irresponsable, minutos después de que Alfredo Cornejo le dijese “mentiroso” al presidente en el medio del acto.

Entre un speech con poca credibilidad y una actuación “infantil” por parte de la oposición, podemos concluir que un acto formal, estatuido en nuestra Constitución Nacional, terminó siendo un reflejo de la situación que vivimos hoy en día como país. Una discusión constante entre el Frente de Todos y Juntos por el Cambio que tiene al pueblo argentino en el medio, soluciones que no llegan y peor aún, no hay luz al final del túnel que nos indique que puedan llegar.

El 2022 no es un año electivo -a nivel nacional-, toda actuación política de cualquier funcionario puede que sea una jugada para medirse en las elecciones presidenciales del 2023. El odio entre ambas fuerzas políticas imperantes no tiene intenciones de disminuir, el país se divide entre quienes creen en el diálogo y los que piensan que en el frente está el enemigo. Mientras tanto por detrás aparecen las fuerzas “minoritarias” como los liberales y la izquierda que quieren su oportunidad para agigantar su figura aprovechando la polarización.

¿La solución es el diálogo? No lo sé, la última vez que las grandes fuerzas políticas se unieron reformaron una Constitución que al día de hoy es bastante criticada. ¿Hay que alimentar la polarización? Tampoco lo sé, venimos igual hace años y el crecimiento parece no llegar nunca. De igual manera sería inocente creer que la solución va a llegar en 2023, ya que el principal “problema” que podemos destacar en Argentina -creo personalmente- tiene raigambre cultural.

En Argentina es más común hablar de Cristina, Macri, Milei, Del Caño, Nestor, Alfonsín, etc. que de “conservadores, liberales, socialdemócratas, nacionalistas, etc.” claramente ponemos a las personas por encima de las ideas, como si tal funcionario tuviese la clave del éxito y guiará a la Nación por el camino del bien común. La frase famosa “con Menem me hice la casa” o en la campaña del 2019 “robaban, pero con Cristina estábamos mejor” son una realidad ideológica en nuestro país y lo peor aún es que no solo el argentino piensa así, sino que nuestras leyes lo avalan… Sin ir mas lejos el artículo 99 de nuestra constitución, que le otorga una cantidad de facultades al presidente (cargo unipersonal) que rompe con la “igualdad de poderes” dentro del Estado.

Algunos sostendrán su fe en el presidente, esperando que sus palabras sean propias y sus intenciones sean buenas. Otros confiarán que la oposición podrá obstaculizar la gestión del oficialismo, y si es mejor, dar soluciones a la conducción del país. Mientras tanto también existen quienes ya no esperan nada, porque esto es Argentina en los últimos 40 años, una esperanza que nace cada cuatro años y solo dura unos pocos meses.